La innovación acompaña a la Medicina desde hace siglos, pero quizá ahora la velocidad de incorporación de cambios en la práctica clínica es cada vez mayor. Todas las generaciones de profesionales sanitarios anteriores a la nuestra se han tenido que enfrentar con la innovación en salud, ya desde el descubrimiento de los rayos X, los antibióticos, el desarrollo de la Atención Primaria o el uso de la historia clínica electrónica.

¿Pero qué es la innovación?

La OMS define la innovación en salud como “nuevos o mejorados productos, políticas, sistemas, tecnologías de salud, servicios y formas de prestación que mejoran la salud y el bienestar de las personas”. Sin embargo, por influencia de otros sectores productivos, el concepto de innovación alude además a términos como creatividad, valor añadido, eficiencia, calidad, sostenibilidad, seguridad y/o asequibilidad.

Gracias al contacto directo con el paciente, los profesionales sanitarios atesoramos importante conocimiento sobre las necesidades y expectativas de aquel y las posibles soluciones a los retos a los que se enfrenta la Sanidad. Participar en los procesos de mejora continua dentro del ámbito sanitario y encontrar los cambios que aporten mayor valor a la práctica clínica es casi una obligación profesional. Se conocen múltiples técnicas para fomentar innovación en la práctica clínica y todas ellas tienen como objetivo guiar el proceso de mejora hacia resultados que aporten el mayor valor añadido posible, convirtiendo la investigación básica en recursos valiosos para nuestra

Innovar desde la clínica.

Vivimos un momento histórico sin precedentes, en que el desarrollo de nuevas tecnologías basadas en la información y la comunicación y el cambio demográfico de la población conllevan la necesidad de articular de forma eficiente múltiples procesos de mejora. La innovación debe ser promovida y correctamente gestionada, como parte inherente de la práctica clínica, para continuar avanzando en el desarrollo de una Sanidad acorde a las necesidades de nuestro futuro próximo.

Sin embargo, la “cadena de montaje” de la innovación sanitaria necesita que todos los vientos sean favorables para poner en marcha los engranajes necesarios. Si bien el profesional sanitario, gracias a su contacto directo con las necesidades y expectativas del paciente, tiene mucho que aportar, la llama de la innovación puede también ser prendida por el propio usuario/paciente, el gestor sanitario o las compañías vinculadas al sistema. El testigo debe ser entonces recogido por estructuras solventes, con recursos bien dimensionados, que sepan guiar el proceso creativo hacia proyectos de innovación bien diseñados y productos sanitarios sostenibles en el mercado. Estructuras con forma de sistema, que no solo incluyan grupos de innovadores (como los nodos de innovacióngallegos o iniciativas como #clinicoentwitter), sino también instituciones públicas y privadas como Health Hubs, agencias regionales de conocimiento (como ACIS en el SERGAS o AQuAS en Cataluña), institutos de investigación sanitaria o las fundaciones de innovación (como la de Osakidetza o FIPSE). Porque sin recursos (presupuesto, técnicos de innovación, tiempo de trabajo…) no hay innovación sanitaria.

Los internistas podemos aportar auténtico valor desde nuestra visión asistencial, por el contacto con el ámbito hospitalario, con los problemas sociosanitarios, con la enfermedad crónica, con el avance implacable de la ciencia médica y con las necesidades de las personas que enferman. Adherirse al proceso de innovación incentiva nuestro desempeño y fomenta una cultura de la mejora continua, sin olvidar que implica una formación continuada imprescindible en nuestra profesión. Pero el método no lo es todo: unir fuerzas y trabajar en equipo es la única forma de caminar en la senda de la innovación, y en esto, como en todo, merece la pena acompañarse de las personas adecuadas.

Tomado del blog: Medicina Interna de Alto Valor