Las personas ancianas que son hospitalizadas presentan con frecuencia complicaciones no relacionadas con la enfermedad que motiva el ingreso. El uso de los servicios hospitalarios por los mayores, los expone a consecuencias adversas de la hospitalización, muchas de las cuales no están directamente relacionadas con la enfermedad de ingreso, sino como efectos de la práctica hospitalaria y los tratamientos médicos.
Una consecuencia frecuente y potencialmente evitable es la pérdida de la función e independencia de las personas mayores. La persona anciana, cuando enferma, presenta dos condicionantes como son la disminución de la reserva funcional y la disminución de la capacidad de adaptarse a un entorno no familiar. Estas circunstancias propician complicaciones, la posibilidad de empeoramiento de su situación funcional y un mayor riesgo de institucionalización al alta, e incluso mortalidad.
Durante el ingreso hospitalario, es necesario por tanto, la planificación de unos cuidados especiales y una implicación por parte de los cuidadores y familiares, para evitar en lo posible el desarrollo y las consecuencias de esta especial situación.
El reposo en cama puede conducir al anciano a la discapacidad, en algunas ocasiones irreversible, con lo que ello supone sobre la calidad de vida. Produce pérdida de masa muscular, además de cambios articulares y periarticulares que conducen a la contractura. La pérdida de fuerza es la principal causa de caídas. El reposo también condiciona hipotensión postural, lo que puede propiciar pérdida de conocimiento en la sedestación y contribuir al riesgo de caídas.
La desmineralización ósea también se acelera con el reposo, incrementando el riesgo de fracturas. Cuando el anciano está en la cama también se producen cambios en la dinámica del sistema respiratorio que aumentan el riesgo de complicaciones infecciosas del perfil respiratorio, por no hablar también del incremento de úlceras por presión.
La incontinencia urinaria es otro problema que puede apreciarse hasta en un 40-50% de los ancianos hospitalizados debido a las habituales barreras que encuentran (camas altas, barandas, catéteres, sistemas de oxigenoterapia, etc.) e incluso el uso de algunos fármacos que disminuyen su percepción de la necesidad de evacuar.
Otro aspecto relevante es la propensión al deterioro neurológico y el desarrollo de cuadros confusionales. El encontrarse en un lugar desconocido, con personas desconocidas, probablemente con una habitación con escasa iluminación, sin ningún objeto conocido, sin sus gafas o sus audífonos es caldo habitual de cultivo de problemas de este perfil. Por no decir, en ocasiones, las interrupciones en el sueño que se producen para la administración de medicación, extracción de analíticas o realización de controles.
Por último, otro problema no menos relevante es el de la desnutrición. El abuso de la las dietas de transición, o sin sal, la falta de materiales protésicos dentales, la dificultad para usar los utensilios de la comida, la inaccesibilidad u otros, contribuye a perpetuar la falta de apetito que además suele acompañarse a la propia enfermedad. En ocasiones, la inadecuada posición durante la ingesta puede conducir a atoros y al desarrollo de complicaciones graves como son las neumonías por aspiración.
Nuestro hospital y Unidad Funcional de Medicina consciente de esta situación, desarrolla planes de cuidados específicos para la población anciana. Mediante una estrategia multidisciplinar pretendemos evitar estas complicaciones y facilitar, en lo posible, herramientas que eviten el deterioro funcional de nuestros pacientes.
Sensibles a esta problemática y preocupados por su impacto, pretendemos afinar y mejorar con la puesta en marcha de UN PLAN HOSPITALARIO DE ATENCIÓN A LA FRAGILIDAD que incluya las últimas evidencias que se vienen aportando sobre el tema desde la comunidad científica y la experiencia de otros centros hospitalarios.
Trabajamos así mismo por la implementación de otras estrategias, como un cribado universal de desnutrición al ingreso y un protocolo soporte nutricional especializado, líneas de recuperación y rehabilitación al alta, etc., etc., que nos permitan minimizar el impacto del paso del paciente anciano por nuestro centro.
Es necesaria la colaboración e implicación de todos los profesionales y así mismo de los propios pacientes, cuidadores y familiares. Entre todos, evitaremos que el anciano que llega enfermo al hospital, pueda marcharse discapacitado.